El País: «Extremoduro rompe los esquemas del rock español»
Poesía en movimiento
6 de Noviembre de 1996. Texto: Diego A. Manrique (El País).
Extremoduro rompe los esquemas del rock español
En un año duro para el rock español, Agila, el último disco de Extremoduro, lleva más de 80.000 copias vendidas. Una cantidad extraordinaria para un grupo que no sale en televisión y que apenas suena por la radio, pero que da una idea de las dimensiones del fenómeno: el próximo fin de semana, los días 8 y 9, el grupo de Robe Iniesta y sus colegas de Platero Y Tú congregarán a 22.000 personas en el Palacio de los Deportes madrileño. Dos conciertos metidos con calzador en el Festival de Otoño, que ansía mejorar sus cifras de asistentes. Es el último capítulo de una rebelión que, como en las mejores insurgencias de la historia del rock, comienza desde abajo, desde la calle donde habitan aquellos a los que nadie concede el turno de palabra. Desde hace unos meses, Robe Iniesta no quiere que se distribuyan fotos promocionales donde se vea su cara. Ya es una estrella y no quiere que eso obstaculice su estilo de vida. Robe está habituado a que los únicos que se fijen en él sean policías observadores, que huelen sustancias ilegales, le cachean… y, generalmente, aciertan. El tipo llama la atención: cara machacada con pómulos prominentes, dentadura a lo Cartago, pelos rebeldes. Hace un tiempo, quiso entrar en un Banco de Bilbao en compañía de su representante y no hubo forma: inútil argumentar que Robe posiblemente ingrese más que todos los empleados de la sucursal juntos, -incluyendo al asustado pistolero de seguridad-.
Hasta este año, Robe era uno más de los cabecillas de cierto rock disidente que apenas tiene reflejo en los medios. Un rock musicalmente elemental que sólo renuncia al nihilismo para señalar con el dedo las paradojas sociales más sangrientas. Hijos del rapsoda guitarrero Rosendo y primos de los navarros Barricada, unos artistas generalmente refractarios a las exigencias del negocio de la música. Un fenómeno para el que resulta difícil buscar paralelismos: quizá El Tri, en México…
Todo cambió en Agila (expresión extremeña para «espabila»). Soberbias canciones, sí, pero similares en estructura y temática a las incluidas en Deltoya (1992) y ¿Dónde Están Mis Amigos? (1993). Excepto que en esta ocasión se cuidaron más la producción, los arreglos, la secuencia. Y Robe se tomó el trabajo de explicitar los préstamos de poetas como Miguel Hemández, Antonio Machado o Pablo Neruda, anteriormente disimulados. Sin olvidar que Extremoduro había sido bendecido por la amistad de un artista serio, si es que esa descripción sirve para Albert Plá, lo que aportó un plus de credibilidad.
Agila empezó a sonar en programas exigentes de Radio 3 y Extremoduro se encontró con un público nuevo. José Antonio Gómez, el contacto del grupo con la discográfica DRO (parte del imperio Warner), confesaba que hasta se había sentido ridículo dentro de la compañía por defender a Extremoduro; cuando consiguió llevar a sus compañeros de trabajo a un concierto grande del grupo, «todos alucinamos al ver que no sólo había pies negros: abundaban universitarios grunges, chavalitos y chavalitas de buenas familias.»
Para su actual compañía, las ventas de Extremoduro no se corresponden con su popularidad: las cifras deberían ser multiplicadas, ya que cada ejemplar vendido es copiado una y otra vez, aparte de que las cintas piratas sean superventas en mercadillos de todo el país. Más llamativo es que unas crónicas tan desgarradas hayan prendido en un público amplio. Robe, que describe su repertorio como «canciones de amor y de guerra», exhibe su (controlada) tendencia hacia la autodestrucción: «Se pasa mucho y lo cuenta mejor que nadie». Él, que reivindica con todo derecho el título de poeta, ha encontrado que sus oyentes descubren el poder de la palabra en esos versos tremendistas pero no autocomplacientes.
Extremo llenó la Canciller de Madrid tres veces en el mes de abril: días 19, 20 y 26.
También resulta asombroso que su proyecto musical haya florecido en un ambiente hostil. Cacereño (Plasencia, 1962) e hijo de chapista, su primer disco se hizo vendiendo participaciones a los creyentes: 1.000 pesetas entregadas a cuenta garantizaban una copia del elepé cuando se materializara y la inclusión del nombre en la lista de agradecimientos. La primera compañía que lo editó racaneaba con las dietas y Robe rompió el contrato, lo que no impidió que hayan explotado incluso las maquetas que ingenuamente les entregó para preparar el siguiente. El segundo, publicado por otra compañía, se vendió bien, pero no generó royalties, ante la indignación del artista. Con DRO, ha abandonado su plan de editar cada disco en una compañía diferente. Hasta parece dispuesto a contemplar la posibilidad de lanzar un disco en directo, algo que antes le hacía sonrojarse: la precisión no es el fuerte de los conciertos de Extremoduro, cuyo líder es capaz de abandonar el escenario durante un cuarto de hora, tras anunciar al respetable: «Me voy a meter una rayita».
Angelito y la línea caliente
Lo más pasmoso de Extremoduro es que haya sobrevivido a épicos desastres, propios de un grupo donde convivieron colgaos y camellos. Sin olvidar la vida de errante navegante de Robe. Tras dejar esposa y dos hijos en Plasencia, ha ido rodando entre ciudades / mujeres por Barcelona, Bilbao y, actualmente, Granada, en compañía de su bulldog, de nombre Angelito. Ahora mismo, su grupo incluye músicos de Vitoria, Bilbao y Barcelona, con los consiguientes problemas para los ensayos. Lo que no debe interpretarse como falta de sentido de la realidad: Extremoduro tiene un número de teléfono donde, a razón de 76 ó 55 pesetas por minuto, se da la lista de actuaciones pasadas o futuras, aparte de ofrecer la oportunidad de conectar con Radio Macuto, cada minuto un canuto, donde un risueño Robe explica los enredos de su discografía, y sugiere dónde comprar los títulos oficiales del grupo.